Canciones separadas al nacer

Cuando uno se refiere a la música, la sospecha de plagio se puede extender a muchos ámbitos. Hay que tener en cuenta que una canción es un producto artístico complejo. Están los creadores (las letras y la música). Y, por supuesto, los intérpretes, que puede ser uno o un grupo. 


Se puede plagiar tanto la interpretación como la creación. En el primer caso, se canta como el otro, a la manera de. Siempre que no se esté rindiendo un homenaje o haciendo una parodia, uno entra en competencia ilegal con el intérprete del tema original, algo que la ley prohíbe. En el segundo caso, el artista canta a su manera, pero la canción sí es de otro. Es el acto más descarado, el que acapara más titulares. Por último, también se pueden copiar las letras.

En las controversias judiciales, los peritos o musicólogos (y profesores de lengua, en el caso de las letras) suelen formular dictámenes técnicos bastante precisos. En muchos países se establece que tiene que haber una coincidencia entre seis u ocho compases seguidos. La Universidad de Londres y de Hamburgo han desarrollado un software capaz de analizar piezas musicales, para luego compararlas y mostrar las diferencias y similitudes. El software es capaz de analizar cosas como el ritmo, el tono, la cadencia o la melodía. Teóricamente, un ordenador podría llegar a detectar cuando se produce una infracción. 

Si quisiéramos romper una lanza a favor de los cantantes, habría que reconocer que, a veces, la semejanza es fruto de una casualidad. Porque, de alguna manera, las posibilidades de creación son limitadas. En una reciente entrevista en el rotativo británico The Guardian, un mito de la talla de Bruce Springsteen reconocía que es imposible no inspirarse en lo preexistente. “En la música, el pasado nunca es el pasado. Siempre está presente. Escuchas trozos de Beach Boys, Turtles o Byrds en todos mis discos”. Springsteen sabe de lo que habla. De hecho, el diario The Wall Street Journal ha visto similitudes sospechosas entre la melodía de su nueva canción Outlaw Pete con un antiguo tema disco, I was made for Lovin’You, de Kiss.

El plagio es un delito y, por lo tanto, está tipificado en el código penal. Para que el plagiador sea considerado responsable, es necesario que haya dolo, es decir, intencionalidad de vulnerar la ley. La estrategia de muchas defensas consiste precisamente en demostrar que la copia fue inconsciente.

Sin embargo, es cada vez más difícil sostener este argumento en la época actual. Antes se podía afirmar que un cantante no podía haber estado en un determinado concierto para que se pudiera inspirar o copiar deliberadamente un tema. Hoy, gracias a internet, el acceso a las canciones es prácticamente ilimitado. Y esto hace que las acusaciones de plagio se estén disparando. De hecho, ya hay páginas web dedicadas a imitaciones, más o menos presuntas, para que quien navegue por la red se divierta y compruebe él mismo si un tema es un plagio o no.

A juicio de los expertos, las discográficas también tienen su parte de responsabilidad en el auge de los plagios. En su opinión, existe en este sector una doble moral: por un lado las productoras tienen interés en luchar contra los plagios para no perder dinero. Pero, al mismo tiempo, promueven en el mercado los modelos musicales que funcionan, con el riesgo de fomentar similitudes sospechosas entre los distintos artistas de su cartera. Especialmente ahora, en tiempos de crisis, optan por no arriesgarse demasiado y apuestan por lo seguro por reproducir recetas de éxito.

Eso sí, en la práctica, la mayoría de las controversias judiciales sobre plagios acaba con acuerdo entre las partes antes de que haya una sentencia sobre el asunto. O el plagiado concede una licencia o bien pacta una compensación económica.  Los tiempos de los juicios son largos: se puede tardar dos años en obtener una sentencia. Otro problema es que es muy difícil hacer estimaciones de los daños (cuánto ha vendido la copia ilegal de la canción, o cuánto dinero habría conseguido el titular de la obra si la hubiera concedido en licencia). En cuanto al daño moral que ha sufrido el artista, no suele ser llegar a grandes cifras. Con lo que al final es mejor pactar.

Al mismo tiempo, llegar al pacto es una solución ventajosa incluso cuando quien se querella es un músico desconocido. En efecto, –¿será una casualidad?–, son muy frecuentes las demandas y acusaciones de plagio cuando aparecen canciones de gran éxito. “Puede ocurrir, alguna vez, que estas reclamaciones obedecen al oportunismo de músicos desconocidos que pretenden enriquecerse injustamente y de paso aprovecharse de la notoriedad del cantante famoso”. Con una simple acusación, con más o menos fundamento, el pequeño artista consigue como mínimo salir en algún medio de comunicación, generar polémica y salir del anonimato...

Por lo tanto, por muy duro que suene, en la industria musical actual hay que resignarse a convivir con la duda y con cierta sospecha. Sin escandalizarse más de lo debido, conviene recordar, no obstante que el plagio, a su manera, también tiene algo bueno. Sin él, la música popular y folklórica, por ejemplo no habría evolucionado. De hecho, el rock proviene del blues, que a su vez está inspirado en el gospel, que se basa en el country..., todos estilos propios del medio rural estadounidense, de artistas originales negros, que, eso sí, ni siquiera tenían los derechos de las canciones que habían compuesto. 

La historia musical, desde luego, se repite. Como un estribillo.



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Creditos https://www.lavanguardia.com/musica/20100501/54428917059/plagio-canciones.html
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